El don amable de la música acaricia mis oídos
y comienzo a danzar como un pájaro loco
que no conoce jaula
y vuela libre por
encima de fronteras.
Tras alcanzar la demencia visité los hospitales
pero ya no me acuerdo.
Comencé a declamar palabras sobre una noche de verano ardiente.
Palabras suspendidas que formaban una brisa de aire fresco.
A son de sus acordes, las hojas de los árboles enseñaban destellos
de esmeralda,
que alumbraban
la luna y las estrellas.
Comencé a declamar palabras dolorosas como parto pero
alegres como vida nueva.
Palabras caramelo, palabras chocolate, palabras batido de
fresa.
Palabras que tornaban las pupilas de los ojos en océanos.
Mi voz trajo arco
iris después de la tormenta.
Auroras boreales que alumbraban tierra fértil.
Ningún beso de Judas,
sonrisas teleñeco.
Las palmas de las manos blancas
de fábricas de pan y harina
que alimenta.
Y con sus dedos
los pezones de las ubres ofrecían
cántaros de leche
y ningún niño sin queso.
Mi voz trajo luz a la ventana
y en la noche dejó estrellas.
Trajo algodones
blancos
Trajo amapolas a la
pradera
Trajo música de pájaro
suspendida
sobre el azul del cielo.
Mi voz inmóvil en un
cuerpo
es como un pulmón que
se hincha
a son de los acordes de mis letras
y tras el punto
o tal vez tras la coma
vacía su contenido
mientras suenan los latidos
de tu corazón en el pecho.
Mi voz es una
orquesta
de silabas y versos
De hombres sudorosos que acarrean cántaros de agua
y en la puerta de tu casa descansan y conversan.
Mi voz es una noche
de verano
tendido sobre el césped
mientras observas las
perseidas
y pides un deseo:
quizá estar en otro lugar,
pero si te dejas llevar por la poesía,
este pueda ser tu mejor momento.
Mi voz y tu guitarra
o ambas cosas
quizás sean instrumentos
que transformen los lugares
en espacios amables
donde ya no ladra el perro.
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