miércoles, 18 de marzo de 2020


El don amable de la música acaricia mis oídos
y comienzo a danzar como un pájaro loco
que no conoce jaula
y vuela libre por encima de fronteras.

Tras alcanzar la demencia visité los hospitales
pero ya no me acuerdo.

Comencé a declamar palabras sobre una noche de verano  ardiente.
Palabras suspendidas  que formaban una brisa de aire fresco.
A son de sus acordes, las hojas de los árboles enseñaban destellos de esmeralda, 
                                                                            que alumbraban la luna y las estrellas.
Comencé a declamar palabras dolorosas como parto pero alegres como vida nueva.
Palabras caramelo, palabras chocolate, palabras batido de fresa.
Palabras que tornaban las pupilas de los ojos en océanos.

Mi  voz trajo arco iris después de la tormenta.
Auroras boreales que alumbraban tierra fértil.
Ningún beso de Judas,
 sonrisas teleñeco.
Las palmas de las manos blancas
 de fábricas de pan y harina que alimenta.
Y con sus dedos
los pezones de las ubres ofrecían
cántaros de leche
y ningún niño sin queso.

Mi  voz trajo  luz a la ventana
y en la noche dejó estrellas.
 Trajo algodones blancos
 Trajo amapolas a la pradera
Trajo música de pájaro
                                  suspendida sobre el azul del cielo.

 Mi  voz inmóvil en un cuerpo
es como  un pulmón que se hincha
a son de los acordes de mis letras
y tras el punto
o tal vez tras la coma
vacía su contenido
mientras suenan los latidos
de tu corazón en el pecho.

 Mi  voz es una orquesta
 de silabas y versos
De hombres sudorosos que acarrean cántaros de agua
y en la puerta de tu casa descansan y conversan.
Mi  voz es una noche de verano
tendido sobre el césped
mientras observas  las perseidas
y pides un deseo:
quizá estar en otro lugar,
pero si te dejas llevar por la poesía,
este pueda ser tu mejor momento.

Mi voz y tu guitarra
o ambas cosas
quizás sean instrumentos
que transformen los lugares
en espacios amables
donde ya no ladra el perro.

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