viernes, 20 de marzo de 2020


En mi barrio, los sonámbulos se sientan en un banco a contar estrellas, mientras la luna esconde su rostro, detrás del gris de unas nubes, que presagian precipitaciones de lodo, y lluvia ácida, y se avergüenza por no conocer una nana, que pueda curarlos el insomnio que tienen metido en el cuerpo.
Desde el adolescente al anciano, guardan silencio cuando pasa el sonámbulo, y es que no hay nada peor que despertarlos  de sus sueños, donde escuchan una nana al pie de una cuna, lejos de los robos en los cajeros automáticos y de las noches tras los barrotes de una celda.
Dormidos, no conocen el temor de los suicidas que se inmolan, sin importarles arrancar el último suspiro de un niño de teta.
Consumen droga sin juicio, y no es extraño, verlos discutir a voces, con criaturas que solo a ellos se les manifiestan, o bien observarlos correr hasta el desmayo perseguidos por la deuda, o revolcarse sobre el césped  en busca de excrementos.
Los sonámbulos piden un deseo, tener por techo el cosmos, y seguir con la mirada por la noche a los murciélagos.



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