En mi barrio, emigrar al extranjero es de cobardes, por eso, la Juventud
solo abandona los suburbios cuando baja al moro para hacer de vagineras, o de
culeros, hasta que un día una gastroenteritis los descubre, el látex les revienta
en el estómago, o lo que es peor, el feto que llevan en el vientre consume la adversidad de los adictos.
En el polígono de mi barrio, las prostitutas se visten de princesas, y
esperan al calor de las ascuas a sus cliente,s mientras en la esquina orina un
perro, los chaperos las hacen la competencia, y un chulo trafica con chicas más
jóvenes que ellas.
Las niñas de mi barrio ya no escuchan a sus abuelos, y han dejado de
robar balones de reglamento, y bicicletas. Ahora se dedican a vender droga a los pijos del distrito norte.
Esos que han normalizado como sus padres cobran comisiones ,y evaden
impuestos, y que a pesar de que se adentran en el barrio, y miran a un lado y a
otro asustados, el día de mañana serán sus carceleros.
Las niñas de mi barrio no van a la escuela, pero si conocen las
matemáticas, y saben calcular el precio del gramo.
Conocen la utilidad de las varillas de aceite, que abren automóviles de
lujo lejos de la periferia, como funciona una tanita, como desconectar una alarma,
como abrir una puerta blindada, o como manipular un cajero.
Las niñas de mi barrio, se hacen
adultas en los reformatorios y allí en los centros de menores, conocen las ventajas
de robar con una recortada, en vez de recurrir a la navaja.
Conocen las ventajas de traficar con la heroína o la farlopa, en vez de
con hachís o marihuana, y aprenden a que tanto por ciento han de cortar la droga,
para que esta sea rentable.
En mi barrio, las menores de edad son angelitas, a las que les crecen las
alas, solo cuando esnifan pegamento, fuman y beben como demonias, o cuando en un ajuste
de cuentas, las alcanza un disparo en el poco sentido común de su sesera.

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