lunes, 2 de diciembre de 2019


En mi barrio hay una ciénaga donde los drogadictos enjuagan sus jeringuillas y los borrachos vomitan latas vacías de cerveza y botellas de alcohol.

En su orilla crecen grises los helechos las ortigas son extremadamente venenosas y los frutos caen enfermos sin madurar de las ramas.

En sus aguas infectadas no se bañan ni los perros y los mosquitos no tienen descendencia.

Sus aguas albergan toda clase de parásitos por eso no acuden a saciar en ella su sed los gorriones ni 
las palomas no así los jilgueros que amenazados como especie en peligro de extinción  artos de ser objeto de deseo por los criadores de pájaros beben de sus aguas con el propósito de perder la voz y vivir libre de jaulas.

El último pájaro rebelde murió diagnosticado de cáncer cuando sobrevolaba la M-40

El último pájaro doméstico murió atropellado en la calle cuando escapó de su encierro y con sus alas inútiles intentó levantar el vuelo.

Acostumbrados a la bocina estridente nadie los ha echado de menos ahora solo se ven alas si observas aviones en el cielo y plumas sin vida en la carretera. 

En los arbustos cercanos hay un gato arisco al que se le eriza el pelo cuando observa mutaciones en las carpas.  

Los roedores están en huelga de hambre porque no se recogen las papeleras y la comida está caduca.

Los batracios no beben agua sin cloro y las serpientes en los cenagales prefieren los gusanitos al Anisakis de los peces. 

En mi barrio no está todo perdido, dicen que hay un niño muy raro que la visita y cuida a las sanguijuelas de los charcos  que no teme a las arañas y le gusta observar a las hormigas y perseguir con su mirada el vuelo de las mariposas mientras coge avispas con la mano y deja  a las mariquitas posarse entre sus dedos.

Un niño que sueña con el agua clara y recoge entre el lodo de la orilla envoltorios de plástico toallitas y latas oxidadas al que no temen cuando se aproxima las urracas.



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