En el parque de mi barrio los mendigos se reúnen en un banco
en torno a un cartón de vino donde no se acercan ni los perros porque huelen a herrumbre
y roña al no haber baños públicos donde lavarse las manos.
Los mendigos no pueden dormir en el césped hartos de la
incomodidad de las hormigas el sonido de los grillos y el alboroto de los
adolescentes que hacen botellones los fines de semana.
Prefieren los soportales de los comercios donde un puñado de
cartones y una manta raída son un lugar perfecto para soñar con un animal dócil
al calor de una chimenea con el beso de un hombre o con la ternura de un niño
hasta que llega la madrugada y el barrendero loco que no conoce a nadie los
despierta a golpe de manguera de agua para recordarles como se les jodió la
vida y que el tío que ha pagado el vino la magrea y huele a vomito y orines.
Los policías municipales se ríen a carcajadas mientras un
vecino se queja de que las noches de frío entran a dormir en los portales sin
el permiso de los propietarios.
Los mendigos de mi barrio están hartos de los curas que
dictaminan quien merece una bolsa de alimentos, están artos de los servicios
sociales que para concederlos el REMI registran sus bolsillos y de los policías
municipales que les echan de las zonas donde hay turismo.
En mi barrio los
mendigos han recuperado la dignidad, ahora se colectivizan para recuperar su
autoestima y se manifiestan para que los albergues sean un lugar seguro para
dormir o bien ocupan espacios vacios destinados a la especulación del usurero
mientras las asociaciones de vecinos se dedican a pedir fuentes de agua.

No hay comentarios:
Publicar un comentario