viernes, 20 de diciembre de 2019

Nadie sin hogar


En el parque de mi barrio los mendigos se reúnen en un banco en torno a un cartón de vino donde no se acercan ni los perros porque huelen a herrumbre y roña al no haber baños públicos donde lavarse las manos.

Los mendigos no pueden dormir en el césped hartos de la incomodidad de las hormigas el sonido de los grillos y el alboroto de los adolescentes que hacen botellones los fines de semana.

Prefieren los soportales de los comercios donde un puñado de cartones y una manta raída son un lugar perfecto para soñar con un animal dócil al calor de una chimenea con el beso de un hombre o con la ternura de un niño hasta que llega la madrugada y el barrendero loco que no conoce a nadie los despierta a golpe de manguera de agua para recordarles como se les jodió la vida y que el tío que ha pagado el vino la magrea y huele a vomito y orines.

Los policías municipales se ríen a carcajadas mientras un vecino se queja de que las noches de frío entran a dormir en los portales sin el permiso de los propietarios.

Los mendigos de mi barrio están hartos de los curas que dictaminan quien merece una bolsa de alimentos, están artos de los servicios sociales que para concederlos el REMI registran sus bolsillos y de los policías municipales que les echan de las zonas donde hay turismo.
  
En mi barrio los mendigos han recuperado la dignidad, ahora se colectivizan para recuperar su autoestima y se manifiestan para que los albergues sean un lugar seguro para dormir o bien ocupan espacios vacios destinados a la especulación del usurero mientras las asociaciones de vecinos se dedican a pedir fuentes de agua.



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