En mi barrio el rostro de los jóvenes envejece tan rápido,
que les causa terror mirarse en un espejo donde acomodan una ralla de cocaína
adulterada por adultos que ya no tienen expectativas de que brote el césped e insisten
en tratar las plagas con veneno.
La sangre se fermenta con el vino o la cerveza, y alcanza el
etílico al mezclar el whisky con el azúcar de las botellas de refresco.
El futuro es dejar pasar el tiempo entre amigos virtuales
para no pensar en el enigma de los túneles del metro como única salida a los
problemas.
Nadie busca perpetuar la especie y se intercambian fluidos
corporales, a la espera de un fugaz placer, que sacie sus instintos, entre
preservativos, espermatozoides estériles, y óvulos sin vida.
Eyaculan por instinto sin conocer el precio de los pañales
ni la responsabilidad de tener un hijo entre sus brazos
El amor es un beso con sabor a vomito, en un parking del
extrarradio, a altas horas de la madrugada, entre dosis de heroínas derrotadas.
En mi barrio la juventud es un conductor que se salta los
semáforos y conduce temerariamente en dirección contraria en busca de la
gloria.

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