En el parque de mi barrio hay insectos de alas transparentes
que inseminan los estambres de las flores que huelen a pétalos podridos y a
brotes salvajes de hierba enriquecida con la orina de unos jóvenes que beben
coca cola y aperitivos que crean adicción a los obesos.
En el parque de mi barrio la naturaleza se abre paso entre
crematorios, incineradoras, depuradoras y vertederos de residuos que compiten
en peligrosidad con los cementerios nucleares sin que pueda hacer nada por
evitarlo el jardinero.
En el parque de mi barrio los biólogos estudian las especies
de las plantas que crecen entre el anticongelante la grasa y el aceite
sintético de los coches en unos descampados donde arrojan los escombros de las
obras.
Los conejos no se acercan porque si alguno se aventura le
corren los galgos y las personas que no tienen sentido común.
Las ardillas se niegan a reproducirse porque a ellas no les
gustan los pesticidas con los que fumigan los árboles ni la suciedad que se
aloja en el suelo.
Las serpientes no se atreven a mudar su piel por miedo a que
esta delate su presencia y se encuentren con una rata radiactiva o el palo de
un niño en la cabeza.
Los pájaros caen de las ramas enfermos de cáncer envenenados por el humo de los
coches.
Los gatos se han acostumbrado al pienso compuesto a base del
polvo de las piedras antes de salir de caza y comer la carne envenenada de los
ratones que se alimentan de colorantes y conservas.
No se escucha el cantar de los mirlos solo la bocina
estridente y los insultos de los conductores enloquecidos que han agotado en
los semáforos su paciencia.
En las calles de mi barrio hay latas vacías oxidadas de
refresco, cartones de vino, hay bolsas de plástico, folletos de propaganda,
preservativos y caca de perro.

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