domingo, 10 de noviembre de 2019



En mi barrio los toxicómanos consumen hiel de paloma y castañas amargas, y lavan las jeringuillas en los charcos cuando en la fuente no hay agua.

Duermen en furgonetas que evitaron el desguace o en algún portal que algún vecino por descuido no ha cerrado con llave, y sueñan con que la próxima dosis  será gratis,  y así evitar una patada en el hígado o que le rompan los pocos dientes que aún le quedan en una boca anulada por las drogas.

Las prostitutas esperan un príncipe que se enamore de ellas, y evite el vomito que corroe sus entrañas, y el olor agrio del último hombre que la trato como un objeto para saciar sus instintos, y la arrojó billetes grasientos manchados de semen, en el frío asiento de un automóvil, al que no debió de haber subido nunca.

Los parados esperan en la plaza, entre cerveza y cerveza a que llegue Emiliano Zapata mientras el pistolero los señala para llevárselos a una obra sin medidas de prevención en cuestión de riesgos laborales y hacen equilibrios por unos eurillos la jornada para al terminar ir a gastárselos a los locales de apuestas.

Y así pasan los días y los años, actualizando un currículum  que se ha quedado obsoleto, al que le falta una carrera de galgos o un máster del universo.

Los inmigrantes mientras tanto cargan sus fardos desde la mañana temprano, y viajan al centro a venderlos bajo la atenta mirada de los transeúntes que esperan la ganga. 

La policía los persigue a pie o en coche patrulla, y les confisca la mercancía no vaya a que se arruinen las multinacionales, que contratan al otro lado del océano, menores de edad que gritan yo también soy Espartaco en condiciones de trabajo inhumanas.

Y de noche regresan reventados, pero antes, pasan por el locutorio, a escuchar la voz de su hijo, su madre o su hermano, que les dice que allá en Ecuador, con lo que les envía no pasan necesidades, o que en Camerún siguen vivos a pesar de que se siguen sin respetar los derechos humanos.

En mi barrio
             las personas que llegan a fin de mes
                                                         son la envidia del vecindario. 



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