domingo, 20 de octubre de 2019


En el parque de mi barrio, por la noche, la víbora ciega emborracha adolescentes, con whisky y con burbuja inmobiliaria.  
Los adolescentes vomitan lagartos y sapos que cazan luciérnagas y se quedan oscuras sin un resquicio de luz.
Los abejorros liban el mosto del alcohol, y se beben el néctar de las botellas de refresco.
Los tábanos prefieren Red Bull, mientras las sanguijuelas eligen la sangre que produce el desempleo y los mosquitos te enervan como los funcionarios con corbata que te acosan con las cifras de una deuda.
Los adolescentes hacen el amor  seducidos por una mantis religiosa que muestra sus encantos, lejos de la realidad de los dolores de los hospitales, donde lastiman las avispas y zumban las moscas alrededor de la carne putrefacta mientras la actividad de las hormigas no deja rastro de la cópula.
Los adolescentes envejecen a base  de sida, de cirrosis, de hepatitis, y del humo del tabaco  que deja baba de caracol en sus pulmones.
Sumidos en el bálsamo de una nube estimulante de hachís y marihuana prefieren las libélulas de alas transparentes, a los grillos y las chicharras, que por la noche no les dejan dormir. O quizá sea la cafeína de la coca cola, que poco a poco anula su carácter, igual que el fondo digital de una pantalla substituye una ventana con vistas a un árbol, y hace de las polillas seres abominables que tienen mal aspecto, y que al proyectar una sombra alrededor de una farola, parecen monstruos tan horribles como la agonía de las abejas.
Los adolecentes  de mi barrio solo conocen de cerca a las orugas, a las lombrices, y a las escolopendras, que viven a rastras igual que sus adultos, y terminan a merced de las arañas, enredados en su propia tela.
Los adolescentes de mi barrio admiran a los gusanos de seda, que prefieren hacer el capullo, y encerrarse sin vistas de futuro, para después poder volar como crisálidas.
Los adolescentes de mi barrio saltan los muros y las vallas. Se cuelan en el metro. Roban chucherías en los autoservicios. No esperan para cruzar que cambien a rojo los semáforos. Pintan en las paredes promesas de amor. Miran al cielo mientras se columpian. Y al visitar las vías del tren ven en el horizonte mariposas.


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