viernes, 22 de marzo de 2019



En el parque de mi barrio hay insectos de alas transparentes que inseminan los estambres de las flores que huelen a pétalos podridos y a brotes salvajes de hierba enriquecida con la orina de unos jóvenes que beben coca cola y aperitivos que crean adicción a los obesos.
En el parque de mi barrio la naturaleza se abre paso entre crematorios, incineradoras, depuradoras y vertederos de residuos que compiten en peligrosidad con los cementerios nucleares sin que pueda hacer nada por evitarlo el jardinero.
En el parque de mi barrio los biólogos estudian las especies de las plantas que crecen entre el anticongelante la grasa y el aceite sintético de los coches en unos descampados donde arrojan los escombros de las obras.
En el parque de mi barrio no hay conejos porque si alguno se aventura le corren los galgos y las personas que no tienen sentido común.
Tampoco hay ardillas porque a ellas no les gustan los pesticidas con los que fumigan los árboles ni la suciedad que se aloja en el suelo.
Las serpientes no se atreven a mudar su piel por miedo a que esta delate su presencia y se encuentren con una rata radiactiva o el palo de un niño en la cabeza.
Los pájaros caen de las ramas enfermos  de cáncer envenenados por el humo de los coches.
Los gatos se han acostumbrado al pienso compuesto a base del polvo de las piedras antes de salir de caza y comer la carne envenenada de los ratones que se alimentan de colorantes y conservas.
No se escucha el cantar de los mirlos solo la bocina estridente y los insultos de los conductores enloquecidos que han agotado en los semáforos su paciencia.
En las calles de mi barrio hay latas vacías oxidadas de refresco, cartones de vino, hay bolsas de plástico, folletos de propaganda, preservativos y caca de perro.



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